lunes, 30 de octubre de 2017

San Martiño



Era poco más de las siete de la mañana cuando en la casa se levantaron para encender el fuego de la cocina de leña.
Elíseo había bajado con su esposa a la cocina y mientras ella preparaba el café él iba disponiendo las bebidas y licores que tenían guardadas para las ocasiones, para dejar todo preparado antes de que llegasen los invitados de la casa para la matanza.
El comedor de la cocina tenía una amplia mesa con un hule extendido y dos grandes bancos a los lados en los que cabían casi diez personas en cada uno. Había un viejo mueble pegado en la pared; encima de el estaban dispuestos desde el día anterior, para poner la mesa a la hora de la comida, dos docenas de platos y otros tantos cubiertos para los invitados, además de distintas botellas de licor para acompañar el café.
De la cocina llegaba el olor del café recién hecho.

Elisardo bajó de su habitación con los ojos entrecerrados, atraído por el bullicio que había en la cocina con la preparación de la fiesta de la matanza. Desayunó en la mesa pequeña de la cocina y al terminar se fue a sentar en la mesa del comedor y mientras esperaba a que viniese la gente, se había puesto a dibujar. En su libreta había dibujado una casa con un árbol y un cerdito con alas que volaba hacía el cielo.

Ya habían dado las ocho de la mañana cuando llegó el matarife, que como sabemos había estado trabajando con su tractor, el día anterior en el campo, en las inmediaciones de la casa; después de darse los saludos oportunos Elíseo le pidió que se sentase para ponerle un café mientras esperaba. 
 El matarife se sentó en la mesa del comedor, cerca del niño, mirando los dibujos que se había puesto a pintar con sus lapices de colores y al ver en su libreta el dibujo de un cerdo que volaba, le hizo una seña a la doña de la casa cuando se acercó a él, con la cafetera humeante para servirle un café; esta, mientras le llenaba el interior de su taza con café, le devolvió el guiño en señal de que su marido nada sabía aún de la desaparición del animal, para que actuase con toda normalidad.
 Detrás del matarife empezaron a llegar más hombres, de las casas vecinas, pués en la matanza se ayudaban unos y otros; venían para entre todos doblegar la fuerza del animal y acostarlo para su sacrificio.
Los hombres se sentaban alrededor de la mesa y se les servía café y leche con roscón; algunos simplemente tomaban una copa de licor café o aguardiente para calentar el cuerpo antes de ponerse a trabajar. Las mujeres mientras tanto, preparaban potas para recoger la sangre y hacer las filloas, y calentaban en los fogones de la cocina, unas tinas grandes llenas de agua para limpiar el cuerpo del animal una vez sacrificado.
Fuera, en el alero del tejado de la casa vieja, estaba el cuervo, pues había despertado cuando había llegado el cerdo de regreso a su cuadra y esperaba la dicha del animal.
Llegado un momento Elíseo, en voz alta, dijo a los presentes:
-Pues ahora que ya estamos todos vamos a sacar al cerdo para matarlo y de allí (al terminar) ya marchamos al vermú.
entonces, salió de la casa para ir a la cuadra del animal y con él salieron su mujer, la madre y el matarife, que le acompañaban para que cuando descubriese que no estaba el cerdo dentro, engañarle con la mentira de que se había escapado el animal; y juntos con ellos salieron los demás que vinieron para ayudar y nada sabían de esta historia.

Cuando Elíseo abrió la puerta de la cuadra, asomó por ella la cabeza del cerdo, indignado, pues no se explicaba ni la tardanza de la comida, ni a que venía tanta gente, dejando perplejos a los que dándole por muerto no esperaban que estuviese allí. La abuela fue la primera en reaccionar y viendo en ello la resurrección milagrosa del animal, se puso entre la puerta y su hijo, impidiendo que sacará el cerdo para su muerte y le dijo:
-¡Deja al cocho en paz que no sabes quien es este animal!
Elíseo se quedó estupefacto con el arranque de la madre, pero acto seguido escuchó a sus espaldas que le decía el matarife:
-¡Si quieres que quedemos bien, te doy dos mil euros por este cerdo! ¡ Pues aunque perdamos tu y yo la amistad, no te voy matar el animal!
-¡Papa, papa, no mates al cerdo que es tan dócil y cariñoso como un perro! - apareció su hijo gritando entre sollozos al ver con vida a su amigo; abrazándose fuertemente a una pierna del padre, impidiéndole moverse.
- ¡Elíseo, por favor, haz caso a todo el mundo o por la noche voy ir a dormir a otra habitación y no te voy hablar en una temporada! - le gritó su mujer
- ¡ Vamos a la cocina, que ya está hecho el café, y deja en paz el animal!

y sin saber lo que ocurría, Elíseo, emocionado, perdonó la vida del animal.

Así fue como nuestro cerdo vio pasar de largo el día de su San Martín y los venideros, y después de vivir trabajando de semental de la comarca para los de su especie, acabó muriendo de muerte natural entrado en años.
 En la salida de la misa del primer domingo siguiente a su muerte,  las mismas zarzas, las cotillas de nuestro pueblo, le dedicaron el unico chisme que dieron de un animal y dijeron que era natural que el cerdo muriese haciendo esfuerzos a sus años y que no había muerto en su cuadra.
 Pesaba entonces casi cuatrocientos kilos y había sido padre de un centenar de hijos que traerían al mundo multitud de nietos, biznietos y tataranietos que recordarían durante mucho tiempo la historia de nuestro héroe.

mvf.

lunes, 16 de octubre de 2017

La frontera

Una vez que llegó el olor del zorro al fino olfato de Melquiades, este levantó su cabeza, aspiró fuertemente el aire hasta llenar sus pulmones y lo expulsó de golpe, resoplando los carrillos de su enorme boca, produciendo un sonoro ladrido de advertencia.

Era costumbre de Melquiades hacer guardía por las noches en las afueras del pueblo, junto al portalón de su casa; desde allí vigilaba una amplia zona del camino que separaba el pueblo y el campo, en donde se entremezclaban los olores de los seres vivos de ambos mundos. Cuando un olor extraño, llegaba hasta Melquiades, eso significaba que alguien del campo había traspasado ese trecho y osaba acercarse de más al pueblo, entonces, con su ladrido ronco y fuerte advertía del peligro que significaría continuar avanzando en el mundo de los humanos.

Al oir el aviso del perro, el zorro y el cerdo se detuvieron en seco.

El cerdo, viendo a Melquiades obstaculizando el camino,miró apesadumbrado para su compañero dando por imposible el poder regresar sin que nadie se enterase. Pero el zorro, era un animal de ingenio acostumbrado a todo tipo de dificultades, y sin dejarse llevar por la desesperanza de su amigo, le empujó con su hocico, para darle ánimos, diciéndole que: llegados hasta aquí no se podía rendir. El haría salir al perro del camino y lo entretendría el tiempo suficiente, para que pudiera llegar a su casa y entrase por la parte posterior de la huerta. Y sin más dilación el zorro marchó hacia donde estaba el perro del herrero para llamar su atención y hacerlo salir de donde estaba, permitiendo así que su amigo llegara a su destino.
 El zorro, llevaba su larga cola en horizontal, como si fuera un estandarte, cuando cruzó la linea que separaba la tierra de los animales de la de los hombres, mostrandose bien visible para que lo pudiera ver el mastín. Pero así que lo vio, Melquiades mostró que no estaba dispuesto a realizar esfuerzo alguno para cumplir su amenaza.
Llegado un momento el zorro, viendo que no conseguía su objetivo, decidió extremar su osadía aproximandose de más hacía el mastin y empezó a renquear de una pierna, simulando que tenía cojera, para tentarle con una posible facil captura.



Entonces Melquiades, pensando en que podría darle alcance con facilidad y en el premio que podría llevar por capturar al ladrón de los huevos de las gallinas de la comarca, echó a correr tras el zorro; y los dos, perseguido y perseguidor, desaparecieron en la obscuridad, en dirección hacia el monte.
Mientras tanto, el cerdo, al ver que el perro desaparecía trás su amigo, aprovechaba la ocasión para cruzar la distancia que le separaba desde donde estaba a la hacienda de sus amos y dirigiéndose a la parte trasera de la casa, entró a la huerta, arrastrando su cuerpo por debajo de la alambrada que separaba la huerta del campo, y una vez dentro, desde allí, sigilosamente se dirigió a su establo en la casa vieja. 
El cerdo al ver que había conseguido llegar a su cuadra, sano y salvo y sin que nadie se enterase, su corazón daba vuelcos de alegría, palpitando fuertemente. Así que se hubo calmado un poco, comió ávidamente restos de nabos que quedaban esparcidos por el suelo, de su comida habitual, y al terminar, agotado, se hecho a dormir en una esquina de la cuadra quedándose dormido inmediatamente. Mañana vendría un día nuevo y el estaría en su cuadra como si nada hubiera pasado.



Fuera, Melquiades había regresado a su lugar en el camino y olvidándose de su fracaso ladraba a la Luna, mostrando orgulloso su cansancio por haber hecho correr al zorro monte arriba, ante una civilización durmiente que se negaba a despertar.



mvf





sábado, 7 de octubre de 2017

el trato del zorro



 Tras la huida del lobo, el zorro regresó al lugar de las rocas del acantilado donde estaba su amigo.

- ¿Que hay allí?- preguntó el cerdo, acostado en las rocas que hablan con la vista perdida en la negrura del océano, cuando oyó  llegar a su amigo.

- Allí es donde duerme el sol - respondió el zorro, sentándose junto a su amigo para escuchar en la noche el batir de las olas.

Tras unos minutos de silencio entre los dos, al ver que en la noche la Luna estaba acabando su circulo en dirección al este, el zorro se levantó y dijo:

 - Ahora cumpliré mi parte del trato y te ayudaré a regresar a tu cuadra sin que nadie te descubra.

Dicho esto, los dos se pusieron en camino hacia el pueblo. No tardarían en llegar, pues el zorro, por sendas de animales que cruzan el monte entre los matorrales, conocía los mejores atajos para casí todos los corrales de la comarca; pero cuando estaban próximos a su destino, se encontraron con un contratiempo inesperado, pues descubrieron un bulto peludo que estaba haciendo guardia, durmiendo justo, en medio y medio del camino que les conducía a su destino.

El perro de la herrera hacia piña con el perro de los de la labrada, porque los dos eran hermanos y cuando podían se juntaban para hacer todo tipo de desatinos: dando carreras a las gallinas, persiguiendo las ovejas por la campiña o deshaciendo los sembrados, entre peleas que hacían entre ellos para medir sus fuerzas.

La madre de la cejiñuda tenía una cabra que le había regalado su hija para obligarla a salir de casa todos los días, con motivo de  llevar al animal por la mañana a comer al campo y por la tarde tener que ir a recogerla, 


La cabra era un animal caprichoso, que teniendo de comer en lo suyo, saltaba a las fincas de los vecinos para comer los brotes de las hierbas en campo ajeno.

La cejiñuda, para arreglar el problema, decidió que le pusieran una "solta" a la cabra en las patas -  atado de cuerda que se pone en las patas de los animales para reducirle la movilidad - pero aún así, la cabra roía el atado de cuerda y una vez libre volvía a saltar a las fincas de los vecinos para ir a comer en ellas.

El perro de la mujer del herrero y el de los de la labrada, eran perros que sabían conducir el ganado. Uno de esos días que andaban de parranda descubrieron a la cabra que después de liberarse de su "solta" había escapado de donde tenía que estar y comía con toda felicidad en uno de los campos de la iglesia.
Así que los dos decidieron en cuestión enseñar al animal y empezaron a perseguirla de un lado al otro, dándole ladridos, hasta que llegado un momento la cabra no dio más de si y la dejaron medio desmayada en el campo.

A última hora de la tarde, la madre de la cejiñuda se encontró a la cabra medio pasmada y del disgusto casí le da un patatús a ella también. La cejiñuda tuvo que ir al campo a recoger a su madre y a la cabra, y al llegar a casa llamó al veterinario de urgencias, para ver que le pasaba al animal.

El veterinario no tardó en llegar y después de ver a la cabra y escuchar su corazón con su estetoscopio, la mandó ingresar en una  clínica veterinaria.

Cuando llegó la factura de los ansiolíticos de la cabra y los días que estuvo en la clínica, la cejiñuda, que era medio justiciera y andaba siempre metida en pleitos de derechos de agua y lindes, marchó junto a los respectivos dueños de los perros, reclamandoles los ansiolíticos de la cabra y la factura del veterinario. Los dueños de los perros, que en todo momento trataron a la cabra de señorita, pagaron sin rechistar y acordaron tomar la medida de no dejar sueltos a la vez a los dos hermanos, dejando en sus casas respectivas, un dia atado a uno y el otro día al otro, para que no anduvieran juntos, y se repartieron los días de la semana con r para que saliera el perro de la herrera y los días sin r para que pudiera salir el perro de los labrada.

Así que hoy viernes, 10 de noviembre, la noche anterior al sábado de San Martiño, Melquiades estaba durmiendo en medio y medio de la carretera.