jueves, 2 de junio de 2016

El paseo de los chopos.

De todos los animales que conozco el vencejo es el más sorprendente. El vencejo es más grande que la golondrina, tiene una cabeza chata y unas enormes alas en forma de hoz y salvo para poner sus huevos e incubar sus criaturas el vencejo vive en el aire durante meses enteros cazando y durmiendo sin posarse en ninguna parte.
Mi vencejo sobrevuela ahora por encima del pueblo. Lleva dos horas trazando un largo circulo alrededor del curso del río, donde se remansan las aguas, entre dos viejas presas de piedras que antaño daban agua a sus molinos desaparecidos; por que ha descubierto una bandada de insectos que sobrevuelan a la altura de los chopos que hay a uno y otro lado de las orillas del río. El vencejo comienza el trazado de su vuelo desde la presa de arriba y sobrevuela
por encima de los chopos, siguiendo el trazado del río, hasta llegar a la altura de la presa de abajo, allí ladea su cuerpo a la izquierda y planeando regresa de nuevo al comienzo del circulo para volver a empezar su vuelo, buscando su comida en la bandada de insectos.


-Hola. ¿Por favor me echa una firma para protestar por que quieren cortar los chopos del malecón?
-¿Por favor me echa una firma para que no talen los chopos que hay a la orilla del rio del paseo del malecón?.
-¿Me echaría una firma para que no corten los chopos del malecón?
Es una fresca mañana de mayo y aunque a estas horas pasea un montón de gente por el malecón del rio nadie se ha decidido a ir a preguntar a Marise por que está encadenada a unos de los arboles del paseo.
Cuando haces un acto de protesta ahí se ve la voluntad de la gente que está contigo. Son las doce de la mañana y ya van cerocero cero mil firmas.
Marise extiende en el aire su hoja de recogida de firmas de apoyo a su protesta y repite nuevamente:
-¿Por favor me echaría una firma para que no talen los chopos del malecón?
La zarza pasaba por allí de regreso a su casa, de repente cambió su dirección y se dirigió a junto Marise. 

Marise al ver a la ancianita con su bastón se echó la hoja de las firmas a la cara tapándose la vista para que no la viese. 

- ¡Anda la hostia en la que me he metido y yo encadenada sin poder echar a correr!
- ¿Marise que haces aquí encadenada a ese árbol?
- ¡Yo!¡Nada!
- ¿Te han castigado a estar aquí por alguna cosa mala?
- No, No ...
- Ahhhh ... ya entiendo, seguro que es por un trabajo de la universidad o algo así, que tu eres muy lista.
- No, no ...
- Claro hija, claro. No me vas a decir que estas de incógnito si estás de incógnito haciendo un trabajo de la universidad. No soy tan tonta. ¿No querrás que te traiga alguna cosa?
- Es que estoy haciendo una protesta y estoy recogiendo firmas para que no talen los chopos del malecón.
- Pues eso está muy bien.
-¿Doña Zarza me firma para que no talen los chopos del paseo del malecón; que no tengo ninguna firma?
La zarza miró para la suplicante hoja en blanco que le extendía Marise.
- No hija que van a decir si solo protesto yo; y a mi total los chopos echan una pelusa en la primavera que me pone perdida toda la ropa que cuelgo en el tendedero.
- ¿Y que culpa tienen los chopos de la primavera?

La zarza sacó un pequeño teléfono del bolso; abrió su tapa como si fuera un mejillón y dijo:
-Voy llamar que me vengan a recoger y así mientras, espero te hago compañía.
Empezó a musitar en voz bajita los números como si pulsase con sus torpes de dedos de anciana las teclas de la lotería de navidad.
- El nueve ... el ocho, el ...
- ¿Hija, quieres que te pida alguna cosa?
- No gracias, estoy muy bien.
- Ya no sé en que número iba.

Y vuelta a empezar, el nueve... el ocho 


Un furgón azul, con parabrisas y cristales protegidos por unas mallas de hierro, se detuvo a unos veinte metros de donde estaba Marise y la zarza, y bajaron unos hombres uniformados de azul y mientras hinchaba sus pechos, marcando sus pectorales debajo de la camisa, se ajustaban los cinturones con sus pistolas y porras.
- ¡Eh jóvenes!.¿No podríais venir aquí para ayudar a esta jovencita que se quedó encadenada en este árbol del malecón?.
Tu no te preocupes que yo voy hacer como que estoy también contigo de incógnito.
- Aja. Gracias.
Uno de los agentes se acerca junto a Marise.
- ¡A ver tu que haces encadenada al árbol!
- Está haciendo un trabajo de la universidad - dijo la zarza
- Pues no es lo que parece, parece una alborotadora.
- ¡Eh!, un poco de respeto, que estoy así porque he perdido las llaves del candado.
- ¿Quieres decir que estabas sentada junto al árbol y en un no se qué, inconscientemente se te ocurrió probar la cadena y el candado, y sin querer te has quedado enredada con la cadena y el árbol. Y has perdido las llaves del candado?.
- Caramba que señor agente más preparado – dijo la zarza.
- ¡Aja!
- Señorita voy a tener que llamar a los bomberos para que la rescaten, pero no se si sabrá que tendrá que pagar los gastos del servicio que hagan.
- ¡Como!.¡No hace falta!. Solo hace falta ir al chino a comprar otro candado que todos tienen la misma llave.
- Bueno, pues si en menos de medía hora no está arreglado tendremos que hacer nuestro trabajo y te vienes con nosotros detenida.
- Si señor agente - murmullo : -¿Me echaría una firma para que no talen los chopos del malecón?
- ¿Dijo algo?
- ¡No, nada nada!

El policía dió media vuelta y regresó junto a sus compañeros para decirles que había conminado a la manifestante que se retirase en breve tiempo y esta accedió a hacerlo espontáneamente. Marise sacó la llave de un bolsillo de su blusa y la alzó en dirección al grupo de policías, haciendo gestos de sorpresa por haberla encontrado. Abrió el candado y se puso a recoger sus pertenencias.

Marise se dijo para si, mientras la zarza insistía en ayudarla.

 - Bueno pero por lo menos la gente que me vio durante el tiempo que estuve encadenada al chopo, correrá de boca en boca que hice una protesta para que no talen de los chopos del rio.

- ¿Te enteraste que el otro día Marise se quedó encadenada en uno de los arboles del paseo del malecón? Mejor será que corten los chopos del rio para que no le vuelva pasar eso a nadie - dijo a sus amistades su inesperada acompañante la zarza.

Cuando tenía ocho o nueve años, de  niño subía a la copa de los árboles para buscar entre sus ramas los nidos de los pájaros. De todos los arboles los cipreses y los chopos son los más altos que conozco; los cipreses son intransitables por la frondosidad de sus ramas, así que subía por los chopos hasta llegar a sus ramas más altas. Desde allí se podía ver la lejanía de las cosas. Sabía que estaba más cerca del cielo por que la tierra se veía muy abajo, pero aún había que subir mucho más.

¿Y como se verá el cielo y la tierra desde un avión?- me decía.


Pasados los años, yo no sé por que, jamás me gustó ir en avión.






mvf.




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