jueves, 21 de abril de 2016

La nevada.




Es primeros de junio y al nacer el dia, para sorpresa de todo el mundo, las calles del pueblo aparecieron vestidas de blanco.
La nieve se amontona al lado de las aceras y sobre el cielo blanco y algodonoso de la mañana, vuela una bola de nieve en busca de su destino: alguna persona incauta que camina despistada. El panadero reparte el pan, a pesar de que un proyectil de nieve acaba de entrar de el interior de su furgoneta, con la puerta abierta para sacar las piezas que le piden; otro proyectil se estrella contra el escaparate de una tienda de ropa, rompiendo en mil pedazos; un taxista vigila delante de su vehiculo para que no le caiga ninguna bola de nieve encima de su coche limpio... pero aún así la vida continua como si nada hubiera pasado.
En el centro de salud la gente espera sentada delante de las puertas de la consulta de sus médicos.
Dos señoras ya entradas en años están sentadas una enfrente a la otra; con ellas también están un señor mayor entrado en años vestido con una chaqueta gris de lana; un marinero, lo sabemos que lo es por el rostro curtido por el mar, que tose con frecuencia; una señora con gafas gordas, distraída con la mirada perdida en el espacio y otras personas que esperan igualmente su turno. Una, la que habla, tiene un bastón arrimado en el asiento vacío de al lado; la otra, la de enfrente, espera pacientemente con unas cajas de medicinas vacías en la mano para que el medico le extienda las recetas e ir por otras a la farmacia y mientras le toca su vez escucha a su compañera.
- He probado de todo para que adelgace mi marido que come como una lima - decía la señora - probé traerle pescado pero ahora con eso de que el pescado tiene mercurio no hay quien se lo ponga en el plato. 
- ¡Menuda trapallada * cosa mal hecha sin sentido alguno – responde su compañera.
- He probado lo de hacer  comidas picantes. ¡Fatal! Le sale la almorrana y después no hay quien lo aguante que está de muy mal humor. Y él es tan bondadoso y cariñoso que es un pecado hacerlo que ande hecho un basilisco por mi culpa. Además el argentino, el párroco, en confesión me ha mandado rezar cincuenta rosarios en penitencia.
Le he hecho leer las etiquetas de los embutidos para ver si le entra miedo y decide comer menos. Eso si que funciona algo porque como deja las gafas siempre tiradas por cualquier parte de la casa se pasa media hora buscándolas y hace algo de ejercicio, y como no las da encontrado al final le tengo que ayudar yo y pierdo toda la mañana con él.
También le he escondido el mando a distancia para que no haga vida en el sofá como las marmotas; tampoco sirve de nada.
Bueno, le mando hacer cosas para que se mueva pero todo lo deja para después; y claro yo después me olvido de lo que le mandé.

Se abrió la puerta de la consulta del medico y sale el paciente que estaba dentro, lleva en la mano unas hojas garabateadas. La siguiente paciente, que ya estaba preparada junto a la puerta para cuando se abriera, entró acompañada de su nuera, una mujer joven de cara redonda, con el pelo recogido.
Cuando habían entrado las dos y se cerró la puerta de la consulta la conversación continuó:

- Como te iba contando: el otro día se me ocurrió esconderle la comida y tu crees que tardó en encontrarla, ojala encontrara así las gafas.
He probado poner la radio en una emisora de música, porque la musica activa el corazón, pero hija canta tan mal que para mi que tiene la culpa de que las gallinas pongan menos huevos, que andan amedrentadas.

Alguien que está con ellas en la espera de la consulta le propone el siguiente remedio:

- Yo leí en una revista lo de meter en una hucha veinte céntimos cada vez que vaya a pinchar a la cocina. Después ese dinero lo llevas a la parroquia para los pobres, a ver si al final acaba dejando de comer tanto con tal de no regalar el dinero.

Las tres se ríen en voz alta  hasta que una enfermera con la cara molesta asoma en la puerta de su consulta y mirando para ellas les dice chiton con el dedo en la boca.

Se hace el silencio y más apartados de nosotros, desde la espera de otra consulta, se oye que hablan de la nevada del dia de hoy y alguien en voz alta dice:
 - ¡Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo!

Ahora se vuelve abrir la puerta de nuestro medico y salen las dos personas que habían entrado antes a la consulta. Pero ahora no entra nadie. La gente espera para que salga el medico con el listado de los pacientes para decir quienes son los cinco siguientes.

La gente permaneció en silencio hasta que salió el  Doctor con unas hojas y un lápiz en la mano. Entre las hojas lleva la lista de las personas que tienen cita para hoy. Tarda unos minutos y señala a la señora del bastón - Primero vas tu Laura - continua - Después vas tu - señaló al hombre de rostro curtido por el aire del mar, que no paraba de toser ... continua hasta que llega al quinto de la lista y sin mediar palabra señala a la señora  que estaba sentada enfrente de nuestra locutora.
Nuestra señora se levantó con la chaqueta en el brazo, cogió el bastón para ayudarse y entonces el marinero carraspeó para llamar su atención, antes de que entrara en la consulta, y cuando miró para él, con su voz ronca lo suficientemente alta para que la oyera, le dijo:


- ¿ Señora, probó Vds. esconder la dentadura de su marido?




mvf.











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