martes, 26 de febrero de 2013

a sus pies 20



Son la cinco de la tarde y marise llega a las dependencias municipales del ayuntamiento de su pueblo. Trae con ella el perro abandonado que recogió a la mañana que aunque viene lazado con una cuerda de tendedero de la ropa viene trotando alegremente como si esta fuera un hilo invisible.
Dentro de las instalaciones de la policía municipal se encuentran un hombre corpulento con un pañuelo blanco con algunas manchas de aceite y migas de pan, que descansa sobre su pecho, metido entre su cuello y la camisa.
Está sentado ante una mesa grande y vieja de castaño; en una esquina de la mesa hay una maquina de escribir y unas hojas blancas esparcidas a su lado.
El centro de la mesa lo ocupa una lata de sardinas grande y un bollo de pan. El hombre, con un cuchillo en la mano, iba a cortar una rebanada de pan cuando marise y su animalito protegido entran por la puerta. Al verlos aparecer en la oficina de la policía municipal, echa un gruñido y abandona su amistad, como si les fueran completamente desconocidos, con el bollo de pan y las sardinas; se levanta, se aprieta el cinturón, se quieta la servilleta, se abrocha la camisa se sacude las migas de encima y después de ponerse una chaqueta azul, se convierte en un agente municipal.
- el fino olfato de marise detecta que las sardinas son en aceite de oliva -
El agente le pregunta a marise que desea.
Marise le explica lo del perro y como había estado llamando por la mañana al ayuntamiento para que se hicieran cargo del animalito. Y que venía a traerle el perro a quasimodo que él sabría que hacer con el.
El agente desaparece metiéndose en otra habitación de las dependencias municipales desde donde llama por la radio a quasimodo. Se oye una conversación ininteligible y al terminar, vuelve a aparecer.
Sin decirle que quasimodo estaba durmiendo la siesta en su casa, le dice a marise que espere en la sala de espera, que este no tardará en llegar.
Y después vuelve a dar señales de confianza con la vista al bollo de pan y la lata grande de sardinas que le esperan encima de la mesa de castaño prometiéndoles regresar pronto.
No tarda en aparecer quasimodo y trás oir las explicaciones de su compañero se dirige a la sala de espera a ver a marise.
Marise esta entretenida observando al perro ; mientras este, reculado sobre sus ancas, se rasca con una pata las pulgas de la oreja, para ello tiene ladeada la cabeza; y entornando los ojos al cielo abre la boca con cara de felicidad, dejando caer la lengua por un lado de su boca entre abierta.
Al llegar quasimodo marise le explica lo del perro.
- Pero marise que vamos hacer nosotros con un perro; y donde lo vamos meter marise - le dice quasimodo
El hombre de las sardinas que les escuchaba atentamente, para agilizar la situación y que se fueran los dos permitiéndole volver a sus quehaceres de agente, le dice gritando desde el otro lado, fuera de la sala de espera, a quasimodo :
- podrías llevarlo al campo de futbol y lo dejas en el vestuario del equipo visitante.
Marise vamos llevarlo a la caseta del polideportivo, y ya mañana le damos traslado a la perrera de la capital – dice entonces quasimodo.
Los dos salen de las dependencias municipales y al encontrarse en la calle - quasimodo le dice a marise: - no podemos llevar perros en el vehículo municipal, tendrás que venir tu andando y traerlo. Yo me acercó allí con el coche y te espero ...
Quasimodo cambia de opinión tras la mirada de marise. Los dos van andando sin mediar palabras a las afueras del pueblo, hasta que llegan a un pedregal que en su dia había donado, a cambio de otros sustancioses favores, Don Sebastian el finado cacique del pueblo.
Al llegar allí y ver el campo de futbol. Con sus instalaciones semirruinosas acondicionadas por distintas modas de vandalismo; al perro no le cuadran las cuentas, recupera su mirada extraviada y trás olerse su nueva situación echa a correr con la orejas gachas alejándose de los dos.
Ahora los dos están solos, dos alondras vuelan encima de ellos, hacen sus vuelos nupciales trazando circulos sobre el azul infinito.
y entonces marise, ante el silencio de la tarde se dice, ahora, ya, por fin, nuestros destinos se han sentados juntos para hablar. Porque marise como hacen las mujeres índomitas no paran hasta que el hombre que ellas han decidido para si inca la rodilla en tierra y derrotado las pide que le quieran para siempre.
Y ahora quasimodo que estas donde te quería que estuvieses … se dice marise.
La mirada de quasimodo queda suspendida en el aire. Su cara se ilumina, como si su corazón fuera atravesado por una flecha de luz .
Marise le mira expectante, alentandole con la mirada, diciendole: - adelante quasimodo, adelante... .
Quasimodo hipnotizado por la mirada de marise se arranca de decisión y le pregunta: - ¿ marise, tu por casualidad no querrás salir conmigo ?.
Después de todo este tiempo había salido todo perfecto. Marise titubea un momento. Respira hondo y le responde : - ¡ quasimodo que te has creído, por supuesto que no !.


Marise ya regresó a su casa. Se estaba cambiando en la habitación cuando oyó ruidos de arañazos en la puerta de la casa. No tardó en abrir la puerta para ver que podía ser.
Delante de ella estaba el perro abandonado que había decidido insistir en la amistad con marise y le había traido de regalo una gallina campera robada en algún gallinero del vecindario.
La gallina estaba patidifusa. Había sido traida cogida por el pescuezo y depositada como agasajo encima del felpudo de la entrada de la casa. La pobrecita animal se hacía el muerto con las patas arriba y los ojos entornados.
Y mientras marise insultaba al perro y daba chillidos, oimos a la madre desde el interior de la casa que le grita a su hija:
-¡ marise acaban de llamar diciendo que son de protección animal del ayuntamiento! ; ¿ tu sabes algo de una gallina con un ataque de ansiedad ? .



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