martes, 29 de enero de 2013

El autobus rojo 16


No se sabia cuantos años tenía aquel autobús rojo, ni de donde había venido, ni que viajeros había estado llevando hasta que algún día alguien, por no se que norma, había decidido su jubilación. Entonces fue cuando se compró a un precio ventajoso y se convirtió en el nuevo autobús de nuestro ayuntamiento.
Hacía el transporte escolar recogiendo los niños, que esperaban su paso para ir al colegio; llevaba el equipo de fútbol del pueblo, a jugar los partidos fuera; hacia la ruta los días de entierro, o cabo de año, recogiendo la gente por los pueblos y trayendolos después de regreso. cabo de año* misa que se hace por el difunto al pasar un año; y hasta servia para recoger los vecinos los días de votaciones, que muy amablemente ponía gratuito el ayuntamiento y les regalaba la papeleta también.
En poco tiempo el autobús rojo era indispensable en nuestra comunidad. Que si unas ruedas que había que quitar para llevar a recauchutar; que si unos frenos que no iban bien y había llegado el momento de pasar la revisión; que si ... con cualquier causa que motivase su fuera de servicio se interrumpía la vida social del pueblo y dificultaba inesperadamente cualquier negocio que se estuviese llevando a cabo y fuera necesario desplazarse. Por eso todo el mundo estaba pendiente de sus achaques, y así fue que cuando el mismísimo Don Sebastian, el cacique del pueblo "que no se quería morir", estaba moribundo, su mujer, la tía la rica, se acordó del autobús e hizo traer un mecánico de la capital para que le hiciera una revisión.
Para que no se perjudicase su entierro por alguna circunstancia mecánica.
Cuando hacia el transporte escolar, el autobús se aproximaba a las paradas, reducía la velocidad hasta detenerse suavemente frente al colegio, abría las puertas y subíamos a el; y así hasta que llegábamos a nuestro destino. Enfrente al colegio abría las puertas y bajábamos  desparramados a la entrada del centro, pero allí ya nos esperaba la hora de entrar y nos íbamos poniendo en fila para esperar la hora de entrada vigilados por alguna profesora que había llegado; se abría la cancilla que daba acceso al colegio e íbamos entrando para dentro del recinto escolar.
Un día, después de bajar todos los niños, cuando autobús cerró las puertas y empezó a arrancar me di cuenta que había dejado la mochila de los libros dentro. Empecé a correr con el autobús. Yo le iba dando golpes a la puerta delantera, por la que entran los viajeros, y hacia señas al conductor para que parase y me dejara coger los libros. Pero por más que golpeaba con la palma de la mano en el cristal de la puerta y agitaba el brazo, el conductor miraba para mi y me hacia señas de despedida.; hasta que la velocidad aumentó dejándome a mi detrás.
Yo, paraba en medio de la calle viendo como el autobús marchaba, grité fuertemente - ¡ Mi mochila, mi mochila !
Quasimodo, que jugaba con otros niños a la pelota, me oyó gritar. El autobús aún no había cogido velocidad y quasimodo echo a correr y se puso en medio de la carretera haciéndole señas al conductor que parase. El conductor así que lo vio en medio de la carretera pegó un frenazo, y el autobús se detuvo a unos pasos de distancia de quasimodo.
Todos los niños miraron asombrados el acto de valentía de quasimodo con el autobús parado en medio de la carretera .
El autobús abrió la puerta y mientras bajaba el conductor que no me prestó ninguna atención yo subía a recoger mi mochila del asiento en que había quedado. Y regresaba toda contenta a la fila con la mochila en la mano.
Atrás quedaba el conductor y el conserje del centro educativo riñendo a quasimodo, con los oídos de todos los niños escuchando la regañina que le estaban dando. 
Y al final  - ! Iras a hablar con la directora, ya ella sabrá que hacer contigo ¡ - ,le gritó el conserje tirando de él por un brazo para que le acompañase al centro.
Nuestras caras mudaron del asombro que pusimos por que hubiera   detenido el autobús en medio de la carretera, a horrorizadas con la reprimenda que le iba a caer a Quasimodo por su acción.
La directora era una vieja maestra, bajita, con cara de perro de presa y voz explosiva, que nos tenía a todos amedrantados.
Entramos todos al centro y nos dirigimos a nuestras aulas. En la hora del recreo, me di cuenta que Quasimodo no estaba; y no fui la única, pero nadie dijo nada porque supusimos que estaba con la directora y que le habría castigado sin recreo, pero al terminar las clases y salir del colegio, Quasimodo tampoco apareció para subir en el autobús. Ese día, cuando el autobús rojo nos recogió a todos, hicimos el trayecto de regreso en silencio, y bajábamos cada uno en nuestra parada cuando el autobús se detenía pensando si al día siguiente volveríamos a ver a nuestro compañero, porque seguramente la directora habría cocinado o despellejado a Quasimodo lentamente por haber osado detener el autobús rojo y que a lo mejor no lo volveríamos a ver.



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