lunes, 16 de julio de 2012

el castigo de las brujas 17




Pasaban las dos de la noche y sus compinches, después de dejarlo a él, estaban en el otro extremo del recinto vallado apagando las farolas que alumbraban la parte posterior para poder entrar si ser vistos en el almacén donde se guardaba la planeadora que había decomisado la guardía civil y que ahora utilizaban para patrullar por la ria. El sisa, mientras tanto, aguardaba donde remataba el muro de la entrada y comenzaba la alambrada que rodeaba el almacén; se había escondido detrás de un camión esperando que los perros dejaran de ladrar. Los perros callaron y así que pasaron unos minutos desde el ultimo ladrido, `pudo ver que se apagó el último de los focos. Entonces salió de detras del camión arrastrando una escalera.  Se acercó a la valla métalica y la pasó sobre ella,  y usandola  subió hasta lo alto de la valla quedando sentado con sus pies suspendidos en el aire. La patrulla de la guardia civil, que con frecuencia rondaba con el coche alrededor del recinto, había desaparecido media hora antes después  de que una voz anónima por télefono denunciara al cuartelillo de la guardia civil que se estaban robando caballos en el monte y fue llamada para que fueran a investigar. 
Los perros seguían sin ladrar, entonces tiró de la escalera para arriba y la deslizó por el otro lado de la valla; después descendió hasta el interior del recinto.
Dejó la escalera acostada en el suelo, pegada a la alambrada de la valla y como una sombra sigilosa. encorvada, saltando sobre las puntas de los pies, corrió hasta el almacén  y al llegar se adosó a ella con la espalda y los brazos pegados la pared escondido por la obscuridad. Su respiración entrecortada era el unico ruido. Descansó un poco mientras el silencio llenaba la noche, después ayudandose de unas cajas subió hacia un ventana,  por la que pudo ver la planeadora en el interior.  La ventana tenía un enrrejado de hierro que la protegía, trató de quitarlo pero era imposible. Entonces, un poco más lejos, se fijo en que había una rejilla que protegía la entrada de una conducción del aire. Se acercó hasta allí tiró y tiró de la rejilla hasta que salió con un leve crujido. No tardó en estar dentro del tubo arrastrándose lentamente buscando otra rejilla por la que salir al interior del almacén y abrir a sus amigos la puerta del almacén. De repente el tubo se estrechó mientras descendía suavemente.  El calor empezó a ir en aumento. Trató de volver para atrás pero la superficie era demasiado lisa y empezó a resbalar hasta que  finalmente se quedó atascado. El sisa comenzó a sudar, no podía respirar y poco a poco  empezó a sentir como la presión se hacía insoportable.  El corazón le latía agitadamente, pensó que estaba en el interior del horno de una cocina y trató de gritar, de pedir socorro pero su voz se ahogaba en su garganta.  Sintió como le latían las sienes. Había fallado a sus amigos, y entonces se desmayó.

El sisa llevaba varios dias aterrorizado porque había empezado a moversele un diente y no se atrevía a decirselo a su madre porque tenía miedo a que le riñese.
Necesitaba decirselo a alguien y pedir ayuda , por desgracia al verlo tan taciturno su madre, una señora superprotectora, decidió que no fuera al colegio pensando en que estaría enfermo. Los dias iban pasando y el terror del sisa fue en aumento. Solo había encontrado refugio en su chupete que le servía de escudo improvisado a toda cuanta hostilidad le pudiera venir del mundo en que vivía.
Estaba en su habitación sentado en la cama cuando oyó los niños, que todas las tardes bajaban a la calle en la plaza del pueblo; había niños incluso más pequeños que él y veía como corrían a traves de la ventana del castillo en que vivía protegido : una vieja casa de pueblo, con su portalon de doble hoja, y un balcón de barrotes de madera cubierto por el tejado.
De repente se produjo un tremendo ruido de cristales y una pelota entró por la ventana rompiendo el silencio del castillo. El sisa se escondió detras de la cama pensando en que un ejercito de su madre no tardaría en llegar para enviar toda una sarta de improperios por la ventana rota contra el enemigo. Se hizó el silencio de nuevo, esta vez en la calle también, ni siquiera los pajaros osaban piar en el aire. Su madre no aparecía. El sisa sudaba agitando visiblemente su chupete y como nada pasaba oyó al cabo de un rato que el enemigo osaba volver a atacar de nuevo. Fuera, en la calle, alguien usando la aldaba, una vieja mano de bronce, golpeaba en la puerta.
Oyó a su madre y el crujir de los peldaños de madera cuando bajaba al portal.
Si no había venido a ver la ventana rota de su habitación que estaría tramando su madre – se preguntó el sisa -
El portón se abrió y asomando la cabeza por la puerta de su habitación oyó a su madre y a una niña hablando sin entender lo que decían. Mientras se mantenía la conversación el sisa repasaba mentalmente todas las iniquidades que su madre por la noche le había contado que los ogros y las brujas le podían hacer a los niños: encerrarlos sin comer hasta que mueran de hambre en una jaula tan grande como la de los grillos para después moler sus huesos y utilizarlos en sus pociones, asarlos en un horno de una casa de chocolate para comerlos y usar su grasa para sus pomadas, chuparle y extraerle la sangre desde el ombligo o el dedo gordo del pie, despellejarlos vivos porque los ogros como son medios sordos les encantan los gritos de los niños ... Sus ojos abiertos y su chupete balanceandose mostraban su estado de agitación y alarma. Finalmente oyó a su madre que desde la puerta de la calle le gritaba llamandole. 
Ese día su madre, como el sisa llevaba varios dias atemorizado y esquivo, aprovechò que la pelota de los niños había entrado por la ventana, y cuando fueron a pedirsela chantajeo a los niños diciendoles que les devolvería la pelota si llevaban a su hijo con ellos y lo cuidaban durante toda la tarde.
Marise que era la capitana fue la encargada del rescate de la pelota y bajo la atenta mirada de los demás niños que aguardaban escondidos, que un ningún momento había dejado de defenderla, regresó de nuevo al improvisado campo de futbol en la plaza, llevando la pelota debajo de un brazo y la cabeza del sisa, arrastrado a salir al mundo, cogida del otro. 


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